lunes, 14 de noviembre de 2011

Epi es mejor que Gasol

Epi me cae mal.  Pau Gasol me cae mal.  Sin embargo, por motivos que viajan más allá del conocimiento racional, he de defender a uno frente al otro.
Evidentemente mi preferido será Juan Antonio San Epifanio.
 ¿Por qué? Hay infinitas razones. Para empezar, Pau Gasol es un flojo. ¿Cómo se puede ser pívot sin saber jugar de espaldas al aro? ¿Adónde vas con esa media vuelta y tiro en suspensión como si fueras MJ? ¿Adónde vas? Epi por el contrario es un competidor nato. Un  tío macho. Cualquier contrario que le viera botar antes de los tiros libres, tratando de romper el parquet,  se iba por la patilla. Era su forma de decir: “¡aquí estoy yo, cagüenlaputa, seguid haciéndome faltas que las voy a enchufar todas!”.
El hermano de Pau es mejor que Pau, y más guapo.  Esto le debilita como primogénito. El caso de Epi, es el contrario. Su hermano mayor, Herminio, fichó por el Barça antes que él, y posteriormente fue Epi quien triunfó, muy por encima de su hermano. Por eso cuando dices “Gasol” tienes que especificar a cual te refieres, mientras que si dices Epi, no hay ninguna duda.
Epi formó parte de la selección española absoluta en 239 ocasiones, convirtiéndose en el jugador de baloncesto que más veces ha vestido la camiseta de la selección. Es, entre otras cosas, el máximo anotador de la historia de la selección (3.358 puntos) y el que durante más tiempo fue internacional: 15 años, tres meses y 19 días. En su historial internacional cabe añadir también que es el único jugador que con la selección española ha participado en cuatro ediciones de los Juegos Olímpicos (Moscú'80, Los Angeles’84, Seúl’88 y Barcelona’92), en los que es además el jugador español que más partidos ha disputado (30). Si vale, Pau ha ganado 2 anillos de la NBA. ¿Y qué? La NBA no es baloncesto, es un coñazo. Balonmano con canastas. Y una competición en la que de premio te dan un anillito es una mariconada. O te dan un copón bien grande o nada.
Que si, que Gasol gano el oro en el mundial. Pero no cuenta, porque justo va y se lesiona para la final (que ganamos gracias a su hermano pequeño), y encima se puso a llorar al terminar el partido. Epi es un pionero, pertenece a una raza de hombres que ya no existen. Como todo el mundo sabe, fue mucho más difícil llegar a la final de los juegos de los Ángeles que a la de Japón. Igual que vale mucho más Cristóbal Colón que Buzz Aldrin, que además tiene nombre de juguete de niño de tres años.
Pau Gasol tiene cara de camello, mientras que Epi, no siendo muy apuesto, da más miedo. Además Pau baila mal, y va de showman y divertido. Ridículo.
Por todo lo antedicho, queda claro que el mejor es Epi, y Pau un advenedizo. En cualquier caso, para mí, el mejor jugador español de la historia ha sido, es y será, Rafa Vecina.

Firmado: TuMadre

martes, 14 de junio de 2011

"No quiero vivir en mi ciudad con un Alcalde de Bildu"

“No quiero vivir en mi ciudad con un Alcalde de BILDU”
Este es el titular que adorna una entrevista de EL PAÍS a María San Gil (http://www.elpais.com/articulo/ultima/quiero/vivir/ciudad/alcalde/Bildu/elpepiult/20110613elpepiult_2/Tes). Y yo creo que es una frase que debe hacer reflexionar. ¿A María San Gil? Pues, quizá; pero quizá todavía más a los demás. María San Gil dice que ha visto morir en su ciudad a 100 personas que conocía, y eso me hace entender su postura. A alguien que ha vivido algo así no se le puede pedir que tome distancia respecto de la realidad y que ofrezca la otra mejilla. Todos tenemos un personalísimo e inalienable derecho al rencor. Tenemos ese derecho en cuanto que privatus; y María San Gil es hoy precisamente eso, una persona “privada”, aunque con cierta relevancia pública. Pero la cosa cambia cuando el rencor se lleva al espacio de lo público. Entonces, yo creo, que quien lo hace incurre en culpa política. Arengar a la división, al enfrentamiento y al enconamiento de posturas irreductibles es algo grave en todo caso; máxime si se hace con intenciones electoralistas. Pero, sobre todo, es algo preocupantemente eficaz en ciertos ámbitos geográficos, pues suele tener el inmediato efecto de alejar unos cuantos años el horizonte de la reconciliación. ¿Ejemplos? La segunda legislatura de Aznar representa los barros de los que vinieron los lodos del Plan de Ibarretxe y de la notoriedad y fuerza de Esquerra Republicana de Catalunya. Aquella agresiva campaña electoral que identificaba al nacionalismo vasco con el terrorismo es la antítesis de la campaña que permitió a Patxi López y a Antonio Basagoiti hacer realidad la alternancia política en el País Vasco y, con ello, avanzar por la senda de la normalidad democrática. Pero Basagoiti pertenece a un PP al que María San Gil ha decidido no pertenecer. Resulta paradójico, pero María San Gil tomó la decisión, a mi entender, correcta por los motivos equivocados. Decidió dar un paso al margen, pero no a causa de una reflexión crítica respecto de su papel en la política vasca, sino por todo lo contrario. El hecho de que quien tomara la decisión de marcharse fuera ella, me hace pensar, de hecho, que hay muchas lecciones que todavía no hemos aprendido de la Democracia ateniense. Yo siempre echo en falta la institución del ostracismo (aunque no necesariamente el uso que se hizo de ella). A lo que me refiero es a que tiene que haber mecanismos institucionales que permitan prescindir de los líderes una vez que se han convertido, por su incapacidad para el diálogo, el acuerdo y la responsabilidad, en parte del problema.
Respecto al hecho simbólico de que BILDU gobierne en instituciones como el Ayuntamiento de San Sebastián y las Juntas Generales de Guipúzcoa, resulta sumamente sintomático en relación con algunas de las cosas que hemos comentado. Más allá de sutilezas jurídicas, supongo que a gran parte de la ciudadanía vasca le resulta complicado entender que un partido cuyos candidatos rechazan explícitamente la violencia de ETA tampoco pueda presentarse a las elecciones; o, mejor dicho, les resulta demasiado sospechoso. ¿Sospechoso de qué? Pues de la desesperada lucha de uno de los dos bloques sociales por mantener la hegemonía institucional. Y la división llama al reagrupamiento, igual que la violencia llama a la violencia. ¿Sin tales circunstancias habría tenido BILDU el apoyo que ha tenido? Pues yo me permito dudarlo muy seriamente. Como ejemplo, baste preguntarse dónde está hoy el otrora célebre Carod-Rovira. ¿Y ERC? ¿Qué tal les han ido las últimas elecciones en relación con las de hace unos años, cuando el clima político en Cataluña era otro? Me parece que no es necesario responder a esa pregunta, ¿no?
Por otra parte, decir que un partido que ha obtenido 300.000 votos en las últimas elecciones es un partido con ADN terrorista impide tomar en serio al autor de la perla. El maniqueísmo es mal consejero cuando se trata de afrontar problemas sociales. Y la mejor manera de resolver la división social nunca pasa, a pesar de lo comentado sobre el ostracismo, por proscribir a uno de los grupos sociales enfrentados. Eso sería darle la razón a ETA, pues es lo que ésta lleva intentando hacer desde hace muchos años.


Firmado: Escéptico.

martes, 12 de abril de 2011

Bachillerato de excelencia

La verdad es que entiendo el revuelo que se ha montado con la propuesta de Esperanza Aguirre de crear un “bachillerato de excelencia”. Nada como la educación para agitar en España el fervor  ideológico. No sé si en otros países sucederá igual, pero es curioso el caso patrio; no creo que se pueda tener una fe más apasionada en el “poder de la educación”, esto es, una confianza tan inquebrantable en que “un buen colegio” transforme totalmente, y por sí sólo, a un niño en alguien de provecho. Por eso, cada vez que se trata de afrontar un problema social, léase la piratería en internet, la desigualdad de género o cualquier otro semejante, se dice que “hay que empezar por la educación”; lo cual no significa, paradójicamente, que los padres deban comportarse de la manera que se entiende correcta frente a los hijos, a fin de convertirse en un buen ejemplo, sino que de lo que se trata es de introducir una nueva asignatura en los planes de estudios que obligue a los niños a memorizar más y a estar un rato más haciendo deberes en casa. Yo, como todos, he sido alumno, pero además me enorgullezco de mi memoria, y sé que las “nuevas asignaturas” de ese tipo son un “coñazo”, y no se prestan más que a bromas de recreo.

La paradoja es que al tiempo que existe esa tremenda vocación “a priori” por la educación, los resultados a posteriori de nuestros estudiantes en las pruebas recogidas en el Informe Pisa de la OCDE sean tan mediocres. ¿Les sorprende a ustedes? ¿A mí tampoco? Pero dejemos ese tema para otra ocasión.

El bachillerato de excelencia de Aguirre parte de la constatación de un fracaso: la escuela pública no proporciona hoy, con frecuencia, un nivel de enseñanza satisfactorio. Las razones son diversas. Es cierto que la LOGSE dio solución a un problema que estaba en un limbo: en España  la educación obligatoria duraba hasta los 14 años, pero sólo se podía empezar a trabajar a los 16. El problema es que el que no quiere estudiar a los 14, tampoco lo quiere hacer a los 15, y se convierte en una rémora. Por lo que se rebajó algo el nivel de exigencia curricular y, de facto, el nivel medio de los alumnos en los últimos cursos de la ESO (los antiguos 1º y 2ª de BUP) bajó. Como todo lo malo, los efectos mencionados se notaron más en los barrios marginales que en los burgueses. Pero a esto han venido a sumarse otros factores: la inmigración ha tenido también un impacto destacable en el nivel de los centros, cuando se ha tratado de la incorporación tardía de niños en edad escolar, que, en algunos casos, tampoco hablan nuestro idioma; y en el caso de la incorporación de niños inmigrantes desde el inicio del ciclo educativo, porque en su casa tampoco es probable que tampoco encuentren ejemplo y aliento en cuanto al estudio y la lectura. Lo mismo pasaba en España, y sigue pasando, en muchos barrios obreros. Pero a esto hay que añadir otro factor, si acaso más importante: en la medida en que hoy es frecuente que ambos progenitores trabajen fuera de casa, y que sus jornadas de trabajo sean cada vez más largas, los niños pasan separados de sus padres la mayor parte del día, recibiendo gran parte de su educación de la tele, los videojuegos, sus compis y lo que ven en la calle. A lo que se suma, frecuentemente, el deseo de llamar la atención de sus mayores.

Ante esta situación, ¿qué es lo que ha sucedido? Pues que los padres de clase media han optado mayoritariamente por sacar a sus hijos de la escuela pública. Las alternativas son los colegios concertados (frecuentemente, colegios de pago encubiertos –“contribuciones voluntarias”-) y los privados. Y en esas estamos.

Está claro que ninguna escuela pública puede sobrevivir dignamente si se le detraen los recursos (para la financiación de conciertos) y los estudiantes de clase media. Poco a poco, esta escuela se irá convirtiendo en un pozo del que sea más difícil salir.

¿Cómo se revierte la situación? Pues reduciendo los conciertos (que legalmente son una fórmula de prestación transitoria de los servicios públicos hasta cuando existan dotaciones públicas necesarias para atenderlos directamente), creando en consecuencia más colegios públicos, aumentando significativamente el presupuesto de Educación, para permitir que los alumnos rezagados reciban un refuerzo extra fuera del horario escolar que reduzca su retraso respecto del resto de la clase que vaya en perjuicio de ésta y otras medidas por el estilo.
Dicho lo anterior, ¿alguien se cree que lo eso va a suceder? Los papás que tienen a sus niños en un “colegio bien” subvencionado, ¿qué van a decir? Pues dirán con sus votos que no a quien proponga o haga lo que hemos comentado. ¿Y los fondos para sufragar el sobrecoste de una atención personalizada a los niños con problemas escolares? ¿Subida de impuestos? Difícil… Vamos, que dudo mucho de que el PSOE se embarque en semejante cruzada, al menos en Madrid.

Puestas así las cosas, la propuesta de Aguirre cobra otro sentido. Se trata de que los alumnos de la escuela pública que destaquen tengan la posibilidad de disfrutar de una educación gratuita cuya calidad sea probablemente muy superior a la de los colegios privados y concertados. Y repito, “los alumnos que van a la escuela pública”, entre los que no se encuentran muchos de clase media. No es, pues, una propuesta cuyos beneficiarios coincidan con el electorado natural de Esperanza Aguirre, pero puede que tenga el efecto de animar a muchos padres que actualmente no lo hacen, a llevar a sus hijos a la escuela pública.

Evidentemente, habrá que ver cómo se pone en marcha, qué porcentaje de alumnos tiene efectivamente la posibilidad de acceder a ella… Ese es un debate interesante en el que creo que los partidos en general deberían implicarse. Quizá se le pueda forzar a Aguirre a llevar sus planes más allá de donde tenía inicialmente previsto. Pero no creo que la idea deba ser descalificable como tal. La alternativa es seguir como hasta ahora, o afrontar unos sacrificios a los que gran parte de la población no parece estar dispuesta.

Firmado: Escéptico.



Respuesta.
 
La actual sociedad mediática prima a los políticos que saben colocar en los medios de comunicación los debates que les favorecen. De hecho, las campañas electorales se diseñan de esta forma: la lucha no es por la respuesta, sino por conseguir la pregunta adecuada. En este fragmento de la célebre serie West Wing se resume brillantemente esta dinámica.
Esperanza Aguirre, que ya está en campaña electoral, es una política muy habilidosa en este terreno. Y sabe que, en materia de educación, no le conviene que el debate gire en torno a enseñanza pública versus enseñanza privada. Su pregunta ganadora es otra: ¿Debe la Escuela privilegiar a los mejores? Frente a los errores de la política educativa socialista (la disminución de la exigencia que tuvo lugar con la LOGSE, la eliminación de la repetición de cursos…), el Partido Popular pretende capitalizar unos valores cada vez más en alza: la cultura del esfuerzo y la meritocracia.
El discurso consiste en presentar al PSOE como defensor de un igualitarismo exacerbado que conduce a una educación mediocre que perjudica a las personas más dotadas. Frente al “trasnochado” mayo del 68 (y su “prohibido prohibir”), la derecha representaría la vuelta a la exigencia y al respeto del profesorado. No se puede negar que, en este ámbito, “la llamada al orden” es un relato muy efectista y que además los antiguos fallos de la política educativa socialista le proporcionan unos buenos asideros.
La propuesta del bachillerato de excelencia quiere plantear el debate justo en estos términos. A un lado, los que persiguen una enseñanza que prime la excelencia y favorezca a los mejores. Al otro lado, los que defienden una educación mediocre que impide que los más inteligentes puedan desarrollarse adecuadamente. En términos electorales la iniciativa está muy bien pensada: la gente se va a quedar con el “a favor” o “en contra”, y no va entrar en los detalles de la argumentación.
Por lo tanto, planteado así el debate, sólo cabe una respuesta: siempre a favor de la excelencia. Esto es, cuándo unos padres acuden a colegio público la Administración debe garantizarles que su hijo recibirá una educación de calidad y que podrá desarrollar todo su potencial. Y esto, como bien apuntas querido Escéptico, no sucede en la actualidad.
Todos tenemos amigos que inscriben a sus  hijos en colegios religiosos cuando ellos son ateos o agnósticos. A veces, estas personas localizan un colegio público que les interesa, pero como hay pocos centros públicos con prestigio, y existe una gran demanda, finalmente no pueden pasar el filtro de los estrictos criterios de admisión. No es porque no se quiera, es porque no se puede.
Las cosas suceden de otra forma en los concertados: aunque teóricamente existe un control público en la selección de alumnos,  siempre se encuentra la forma de abrir las puertas del colegio: siendo muy “convincente” con los dirigentes del centro o con la ayuda de un amigo/conocido que consiga mover los hilos adecuados. Bueno, siempre, no: las personas que no tienen las influencias o el dinero necesario, se han de contentar con los colegios públicos.
¿Constituye la propuesta de PP de Madrid una solución? No lo es. Al revés, el modelo  de Esperanza Aguirre y su última propuesta perjudica a la excelencia en los colegios públicos. Porque cuando unos padres lleven a su hijo a un colegio público no pensarán en que dentro de unos años si es premio extraordinario podrá optar al bachillerato de excelencia.
Los padres suelen ser muy optimistas con respecto a sus vástagos pero no son tontos. Y, por eso, pensarán lo mismo que piensan ahora: qué clase de alumnado acude a ese centro, cómo son sus instalaciones y qué calificación obtiene el colegio/instituto en las medias nacionales. Los padres, a la hora de apuntar sus hijos en un colegio, valorarán cómo son los centros públicos entre los que pueden optar, y no tendrán en la mente el bachillerato de excelencia.
¿Y cómo serán esos centros públicos? Pues un poco peores que en la actualidad. Es lógico: si se llevan a los mejores, todos los colegios/institutos perderán un poco. El nivel general de la clase bajará, los profesores de los colegios públicos se sentirán frustrados por no poder retener el talento, y  los alumnos que no son de “matricula de honor”, pero sí de notable alto, perderán compañeros con los que compartir inquietudes intelectuales. Conclusión: los Centros públicos seguirán su camino de degradación, y los padres de clase media (que repito, no tendrán en la mente ese centro exclusivo de excelencia) apostarán, más si cabe, por los colegios concertados.
Hay muchas personas en España que son ateas, agnósticas o creyentes moderadas no practicantes (que tendrían suficiente con la clase de religión) a las que les gustaría llevar a sus hijos a colegios públicos. Pero no pueden porque los centros públicos que garantizan una educación de calidad son escasos. Este es un problema grave que tiene muchas causas, y una de ellas, al menos en Madrid, es una política que beneficia a la enseñanza privada y a la Iglesia Católica. Si se quiere apostar por la excelencia en la enseñanza pública se ha de rectificar radicalmente esta política, y esto no se hace mediante atajos o ideas peregrinas que responden a una estrategia electoralista.
Firmado: Hedonista.


Réplica.

Indudablemente, el anuncio de Aguirre tiene claros tintes electorales, y trata, como muy lúcidamente apuntas, querido Hedonista, de reubicar el debate educativo dentro de unos parámetros, en principio, favorables al PP. La dialéctica que podría convenir plantear al PSOE es, efectivamente, la de escuela pública / escuela privada, dados los gustos ideológicos de la mayor parte de su electorado. Pero, ¿cuál es la que nos beneficia a los ciudadanos? Pues yo diría que ambas. En el fondo, esas “preguntas” que los partidos tratan de colar en los procesos electorales no proceden de un acto místico de inspiración, sino de este mundo, de los problemas o necesidades percibidos como básicas por los ciudadanos. Y los problemas que plantea la educación pública actual, así como sus posibles soluciones, tienen que mucho que ver con su promoción en ámbitos públicos o privados, y con el problema de la calidad de la enseñanza y el nivel educativo de los jóvenes. Por lo demás, esto no deja de ser muestra de que es casi únicamente durante los períodos electorales cuando se presta atención a los problemas sociales, por lo que considero que es el momento de tratar de arrancar unos compromisos a los partidos que puedan, cuanto menos, contribuir a desgastarles políticamente si se separan de ellos.

Dicho lo anterior, reitero que la propuesta de Aguirre no es una propuesta ambiciosa, sino que se hace en un contexto de conservación y consolidación del status quo: no se ponen en duda los conciertos, ni la privatización o eventual cristianización que suponen de la enseñanza pública, sino que se hace respecto de la parte “residual” de ésta. Evidentemente, yo sería partidario de una solución integral, que abarcase ambas “dialécticas”. Pero eso no parece probable, pues el instrumento para hacerlo sería el pacto, y, sinceramente, no veo a Aguirre y a Gómez con perfil de personas “de Estado”; si acaso, más bien, de corsarios de medio pelo. Pero también niego a considerar la propuesta como algo intrínsecamente perverso que va a contribuir a hundir aún más, si cabe, la escuela pública. No creo que sea cierto. Basta comparar la propuesta con el modelo de algunos países de nuestro entorno. En Alemania existe desde hace muchos años un sistema de itinerarios que va separando progresivamente a los estudiantes hasta el acceso a la Universidad, el cual se niega a los que no hayan aguantado el ritmo del grupo de cabeza. Y en Italia han funcionado durante muchos años los denominados “Liceos o Institutos de Humanidades” que eran verdaderos institutos de élite, a los que se accedía por notas, y que proporcionaban un nivel de enseñanza y exigencia en arte, literatura y filosofía que ya querríamos para muchas universidades españolas.

A diferencia del modelo alemán, la propuesta de bachillerato de excelencia no cierra las puertas de la universidad a quien no participe en él. Es simplemente un grupo de mayor exigencia que, en buena lógica, garantizará unos conocimientos más sólidos de sus estudiantes, pero sin negar a nadie ninguna posibilidad de cara a su futuro académico. De hecho, la última versión de la propuesta apunta a que este bachillerato se impartirá en todos los centros, de manera que el número potencial de beneficiarios podrá ser relativamente amplio. ¿No se convertirá, en lugar de un desincentivo, en un acicate para los propios estudiantes? Supongo que esto dependerá también de los detalles en que se concrete la propuesta. Pero, en cualquier caso, lo considero como un pequeño paso en favor de la  revalorización de la opción por la escuela pública. Y algo es algo. ¿Que haría falta más…? Pues sí, pero no está el patio político como para pedir mucho, la verdad.

Lo que me hace mucha gracia es la aparente indignación de muchos cargos públicos socialistas, que tildan la iniciativa de elitista. Cuando a mí lo que me gustaría saber es cuántos de ellos llevan a sus hijos a una escuela pública.

Firmado: Escéptico.

Contrarréplica.

Sin que sirva de precedente, he de reconocer que me has convencido. El proyecto de Esperanza Aguirre responde a una estrategia electoralista y, desde luego, no es la solución a los problemas de la Educación en España. Pero puede ser una buena oportunidad para hablar de la excelencia en la enseñanza española. Una ocasión, primero, para denunciar la política que está mermando la calidad de los colegios públicos en beneficio de la educación privada, y, segundo, para intentar reconducir la idea hacia el interés general que, en este caso, pasa por una mejora de la calidad de la educación pública.
Lo que a mi me preocupa es que todos los institutos públicos pierdan en beneficio de un centro de excelencia que reúna a los mejores alumnos. Si es ese el proyecto creo que contribuirá a la degradación de la Educación Pública. En cambio, sí me parecería bien que el bachillerato de excelencia se integrara como proyecto en cada centro formativo; como una estrategia para ofrecer más recursos a los alumnos que quisieran realizar esfuerzo extra, primando la capacidad y el mérito. De esta forma, los mejores alumnos no tendrían que abandonar su Instituto y éste  no perdería calidad.

Firmado: Hedonista.


viernes, 1 de abril de 2011

La socialdemocracia y el internacionalismo.


Respuesta.

De vez en cuando uno tiene el defecto (o la virtud) de indignarse ante un determinado artículo. Esta vez me ha sucedido con “Socialdemocracia, solidaridad, internacionalismo”, aparecido el 31 de marzo en Elpais.

Antes de comentar el texto conviene detenerse en los autores. En primer lugar, aparece George Papandreu, primer Ministro de Grecia. Es imposible ver este nombre y no preguntarse: ¿Qué hace este buen hombre preocupándose por la internacional socialista con la que está cayendo en su país? A continuación, figura Alpha Condé, presidente de la República de Guinea. No sólo aparece como autor, también se cita, en un alarde de modestia y objetividad, como protagonista de las primeras elecciones libres de ese país. El exotismo aumenta con el siguiente abajofirmante: Jalal Talaban, Presidente, para quién no lo sepa, de la República de Irak. Me lo imagino en su despacho de Bagdag, entre bomba y bomba, escribiendo el artículo sobre la internacional socialista. O mejor, chateando con los coautores: “Papandreu, ¿qué te parece que pongamos algo sobre el cambio climático?”.  Y finalmente se encuentra el nombre de Ricardo Lagos: Ex Presidente de la República de Chile. “Last but not least”, pues me temo que es este último, demasiado ocioso tras haber detentado algo de poder, quién ha pergeñado el texto.

Con estos rocambolescos autores era previsible un texto gris pero la banalidad del artículo supera todas las expectativas.

El artículo quiere situar a la Internacional Socialista junto al movimiento democratizador de los países árabes y de otros lugares del mundo. Y a continuación señala que la Internacional Socialista se ha configurado como un foro en el que se desarrolla la solución a la crisis económica, al cambio climático y a la guerra en el mundo. Un fragmento revelador:

“En todas estas áreas, la democracia, la economía mundial, el cambio climático y la paz, la Internacional ha roto esquemas en los últimos años, apelando a un verdadero internacionalismo…”.

Como leen: según el artículo,  la Internacional está rompiendo moldes. Cabe pues preguntarse: ¿Qué diablos ha hecho la internacional socialista en los últimos años? Nada relevante. Esa organización está agonizando, y antes de que se derrumbe completamente, alguno de los muchos conferenciantes e internacionalistas que viven a cuenta de ella ha decidido hacer una campaña de marketing. Esa es la verdadera razón del artículo.

La última cosa, y no precisamente meritoria, por la que se conocía a la Internacional Socialista era por dar cabida en su seno al ex dictador Mubarak. Éstas cosas pasan, no sólo los mandatarios socialistas reconocían al expresidente de Egipto como un primus Inter pares. Así que entendería que corrieran un tupido velo sobre esta cuestión… ¡pero decir ahora que la Internacional ha promovido las revueltas democráticas me parece un exceso y un insulto a la inteligencia!

El problema de esta organización es que agoniza pero no muere. De hecho puede decirse que tiene una mala salud de hierro: Lleva más de 30 años sin que nadie entienda su función, y ahí sigue… Podrían buscarse muchas causas pero yo no puedo evitar pensar que tienen un himno fantástico que les mantiene en pie. “La Internacional”, la canción, es su gran baza, la macarena de los himnos, una música que todavía sigue emocionando allende los mares.

Volviendo a la tierra, considero que el debate no debe centrarse en la Internacional socialista, sino en el carácter internacional de la Socialdemocracia.

Esto es, ¿debe ser el internacionalismo un rasgo fundamental del socialismo democrático? Mi tesis, controvertida, es que no, y animo a cualquiera de los pocos, pero cualificados, lectores del blog a que me convenzan (aquí o en los comentarios) de lo contrario. Ahí van los puntos en los que se fundamenta mi opinión:

1. Toda la retórica internacionalista (el himno, la propia organización, el discurso…) es anterior al nacimiento de la Socialdemocracia; tiene su origen en el marxismo, en la lucha entre proletarios y capitalistas que no conocía fronteras. Por lo tanto, igual que se renunció a la lucha de clases, esta fuerza política debería soltar el lastre de la retórica internacionalista.

2. La socialdemocracia es un fenómeno que solo se da en Europa. Salvo contadas excepciones; no existen partidos socialdemócratas fuera del viejo continente. Un socialdemócrata tiene más similitudes con un liberal o demócratacristiano europeo, que con un socialista de otro continente.

3. El sello distintivo de la socialdemocracia es el Estado de Bienestar; y este Estado no es exportable a un ámbito supranacional o internacional. Esto es, nunca habrá un Estado de Bienestar Europeo, ni, por supuesto, o un Estado de Bienestar Mundial.

Por lo tanto, la socialdemocracia, para afrontar su futuro, debe despertar de su sueño internacionalista. Durante los últimos años, muchas voces han señalado que la Globalización económica exigía trasladar el proyecto de la socialdemocracia (Estado de Bienestar) a nivel mundial; pues los mercados habían dejado de ser nacionales, y las empresas se movían por todo el mundo sin cortapisas. El diagnóstico sobre la globalización es certero, pero no sucede lo mismo con la receta: no es realista plantear un Estado Social Europeo o Mundial. Por supuesto, será necesario una mayor coordinación económica y una concertación de las políticas estatales, pero para ello más que por un internacionalismo trasnochado y sectario, conviene guiarse por un pragmatismo sensato que incluya pactos con las diferentes familias políticas.

Firmado: Hedonista.

viernes, 25 de marzo de 2011

La intervención militar en Libia

Año 2004. Tony Blair, de visita en Trípoli, afirma que hay que dar a Libia la bienvenida a la comunidad internacional y mostrar un claro compromiso con el país para “demostrar al mundo que es posible que los países del mundo árabe trabajen mano a mano con los Estados Unidos y el Reino Unido para luchar contra el enemigo común del terrorismo”.

Ha llovido desde entonces. Las revueltas de los países árabes, especialmente mediáticas y exitosas en Egipto y Túnez, tuvieron su eco en Libia, donde prendieron la llama de una revuelta contra el régimen totalitario del General Gadafi. Tras unos días iniciales en que el dictador parecía permanente a punto de caer, la situación se enquista. La revuelta triunfó en el Este del país, en torno a Bengasi y Tobruk, pero no en la capital ni en Sirte, “feudos” tradicionales del dictador. El resultado: el control de Gadafi sobre la mayor parte de las Fuerzas Armadas le permite comenzar a amartillar a los opositores con la fuerza aérea y otros medios militares. Mientras, la comunidad internacional se lo piensa, parece que no va a pasar nada… y de la noche a la mañana, se alcanza el consenso sobre una Resolución de Naciones Unidas (la Resolución 1973) que autoriza el uso de la fuerza. Comienzan los bombardeos para imponer una zona de exclusión aérea que garantice que Gadafi no pueda bombardear a los sublevados.

A partir de aquí se desarrolla el eterno debate sobre si intervenir es bueno, malo o regular. Gran parte de lo que se quiere hacer valer como argumentos no son tales, sino falacias argumentativas o frases vacías que reflejan una posición ideológica de fondo sin molestarse en justificarla con datos o valoraciones. Yo defenderé en este blog que el uso de la fuerza contra el régimen de Gadafi es un uso legal y moral.

Desde el punto de vista del derecho internacional, la cuestión de la legalidad es fácil de dilucidar. La Carta de Naciones Unidas contiene en su artículo 2.4 una prohibición de la amenaza o el uso de la fuerza con pocas excepciones. Una de esas excepciones es la autorización del uso de la fuerza que realiza el Consejo de Seguridad ante una situación (como la de Libia) que puede amenazar la paz o la seguridad internacionales. La “paz o la seguridad” internacionales, concebidas de forma negativa, no-intervencionista en 1945 cuando se firmó la Carta de San Francisco, han sufrido una evolución doctrinal, como tantos otros conceptos jurídicos, hacia una concepción positiva. Paz no es sólo la ausencia de violencia entre los Estados; es también la ausencia de situaciones de conflicto y de abuso: en este caso, incluye el derecho de una población a no ser privada de sus derechos más fundamentales (la vida) por parte de sus gobernantes de forma arbitraria y contraria al derecho consuetudinario. Por tanto, ante las agresiones de Gadafi utilizando la fuerza aérea contra la rebelión, la decisión del Consejo de Seguridad es legal y legítima. Países tan poco “sospechosos” de intervencionismo pro-occidental como Rusia o China han dado su apoyo. Lo que sí está excluido (explícitamente) es la ocupación de territorio libio por fuerzas armadas extranjeras.

¿Es moral la decisión de usar la fuerza contra Libia? ¿Y cómo no va a serlo? Gadafi no ha respondido con una apertura democrática a las pretensiones legítimas del pueblo libio, sino con el máximo grado de violencia ¿Hay otra alternativa para defender las vidas de quienes se han manifestado libremente a favor de la democracia? ¿Hay otra manera de obligarle a detenerse? No. ¿Es moral permanecer cruzados de brazos simplemente en aras de un principio abstracto –la “no-intervención”- mientras mueren inocentes? ¿Para qué sirven los principios abstractos? ¿No están acaso al servicio de la dignidad de las personas? Parece que nuestra Constitución, en su artículo 10, deja bien claro que la dignidad de la persona, y su vida, deben ser el diapasón que marque el compás de los derechos y libertades fundamentales. ¿Por qué habría de ser otro el canon en nuestra actuación internacional?

Evidentemente, sería deseable no tener que intervenir; sería perfecto que Gadafi hubiera emprendido reformas y hubiera aceptado desaparecer de la vida pública, después de 42 años en el poder. Pero no ha sido así. Nos cabe una responsabilidad que va más allá de la política y que es directamente humana. Rehuirla en aras de una pretendida pulcritud jurídica no hace bien a nadie. Ojalá otro mundo fuera posible, pero en el aquí y ahora, lo mejor es enemigo de lo bueno. Y la intervención militar para asegurar la zona de exclusión aérea en Libia es una medida necesaria, legal, moral y justa.

Firmado: Horacio.


Respuesta

Estimado Horacio,
Me gustaría establecer una diferencia inicial entre lo que yo pienso y lo que me dicen que crea sobre este conflicto. Pienso que la defensa de los derechos humanos puede llegar a ser un elemento ancilar en las relaciones internacionales, siempre y cuando los actores civiles sean los únicos encargados de llevar a cabo esa tarea. El mundo está cambiando a pasos agigantados. Los Estados dejaron de ser hace mucho tiempo los únicos actores internacionales;  es la hora de la sociedad civil global.  Sin embargo, lo que me dicen que crea es otra cosa.
Ahora me cuentan que el gobierno libio está violando sistemáticamente los derechos humanos, que había que intervenir para proteger a la población civil indefensa, pero al mismo tiempo yo no dejo de ver  por televisión a rebeldes armados, a combatientes “civiles” capaces de derribar helicópteros o de tomar a sangre y fuego enclaves estratégicos y ciudades. Todo esto es algo muy diferente a lo que ha ocurrido en Túnez o en Egipto, en Yemen, Bahrein o Siria. Digámoslo claramente: Libia está en guerra. Y nosotros hemos tomado partido por uno de los bandos.
Ética, derechos humanos. El problema para los Estado intervinientes a la hora de esgrimir ideas tan totalizadoras es que, por su propia definición, esas ideas son universales y deberían aplicarse con la misma fuerza y determinación en todo el planeta. Pero eso no ocurre. No se ha intervenido por razones humanitarias en decenas de países cuyos gobiernos violan sistemáticamente la declaración universal de los derechos humanos, encarcelando o asesinando a aquellos que se oponen activamente a su régimen, ni siquiera se han suprimido los  acuerdos comerciales suscritos con aquéllos.
Esas palabras tan extraordinariamente maleables son moldes divinos, apariciones mesiánicas e idealistas que dan cobijo a intereses, sí, intereses de muy diverso calado. Porque yo no soy capaz de creer que la fuerza occidental que interviene en Libia lo hace exclusivamente para proteger los derechos humanos. Aquí entran en juego factores que conectan directamente con los intereses nacionales de los Estados intervinientes. Y si no es así, ¿por qué no se interviene en Yemen o en Arabia Saudí?
Si se piensa, la promoción selectiva de los derechos humanos es en sí un acto inmoral, alejado del espíritu de dichos valores. No es que se ataque a Libia porque se carezcan de medios suficientes para intervenir en otras partes del mundo donde también se están violando los derechos humanos, lo cual podría otorgar una legitimidad parcial a la Resolución 1973 (la legitimidad de “no se puede estar en todos los sitios al mismo tiempo”). Si  fuese así, este mundo sería el mejor de los mundos posibles.
Desgraciadamente, los Estados que forman parte de la coalición armada han escogido a Libia por una razón inquietante: porque pueden. Esos Estados, al valorar previamente las consecuencias de la intervención y aceptar su procedencia de un modo arbitrario,  desvirtúan la misma esencia de  los derechos humanos. Y es que éstos ni pueden ni deben ser objeto de valoración junto a otros criterios de oportunidad. Cuando bajan al mundo de las pérdidas y ganancias, cuando forman parte de la cuenta de resultados, los derechos humanos se convierten en esas falacias argumentativas a las que hacías referencia en el post que ahora respondo, querido Horacio, mediante estas palabras. 
Firmado: Belarmino.

viernes, 18 de marzo de 2011

La legalización de SORTU

La fundación de Sortu y la presentación pública de su condena explícita de la violencia de ETA me cogió, la verdad, un poco por sorpresa. Sí, de acuerdo, estaba claro que algo iban a intentar, porque para un partido con la actual presencia institucional de ANV tenia que ser forzosamente traumático encontrarse arrojado fuera de la politica municipal y, en muchos casos, de gobiernos municipales. Pero aún así, creo que la condena de ETA y el comunicado de la semana pasada (http://www.elpais.com/elpaismedia/ultimahora/media/201103/10/espana/20110310elpepunac_2_Pes_PDF.pdf) son algo muy significativo. Probablemente sea, como decía, la necesidad de conservar el poder municipal, así como impedir un resultado en las próximas elecciones autonómicas como el que ha permitido la formación del actual Gobierno vasco, lo que les haya hecho “pasar por el aro”. Quizás. Pero de lo que se trataba era, precisamente, de que pasaran por el aro, de que condenaran la violencia y se desmarcaran de ETA, ¿o no? Porque si no era esto, ¿qué era, entonces?
A tenor de la reacción de los dos partidos políticos mayoritarios da la impresión que, efectivamente, debía ser otra cosa. El PP ha sido muy categórico, pues Ana Mato ha dicho: “no vamos a tolerar, en ningún caso, que se dé un paso que permita que ETA avance”; o que “sería tan intolerable que el Gobierno permita que los terroristas se presenten a las elecciones a través de unas siglas, que ni siquiera quiero planteármelo” (http://www.abc.es/20110210/espana/rc-rompera-gobierno-sortu-esta-201102101246.html); y nadie en el partido la ha desautorizado (ni siquiera para recordarle que la inscripción o no de SORTU en el registro de partidos no es una decisión que en última instancia corresponda al Gobierno, sino a los Tribunales, de acuerdo con la Ley de partidos). El PP, por tanto, parece que lo tiene claro; mientras que en el PSOE ha habido algo más de desconcierto (http://www.elpais.com/articulo/espana/Gobierno/rechaza/reproches/Eguiguren/recalca/Sortu/ilegal/elpepunac/20110316elpepinac_3/Tes), pero parece que también se apuntan a la misma tesis de fondo. Finalmente, algunos de los argumentos de la Fiscalía General del Estado publicados en prensa apuntan a que SORTU es heredero de Batasuna, a que mientras ETA exista no pueden ser legalizados, y cosas por el estilo.
Y yo me pregunto si el tema no se está yendo un poco de las manos. Muchas de las garantías jurídicas que a alguien como a mí le hacen sentir razonablemente seguro de poder ejercer sus derechos (piénsese en la libertad de expresión o en el derecho de sufragio) sin temor a ser represaliado (por los poderes públicos, se entiende, en mi empresa ya sé que lo sería), vemos cómo se desvanecen. Episodios como el actual (que podría suponer una obvia negación del derecho fundamental de sufragio pasivo), o la declaración de un estado de excepción constitucional (alarma) con la sola finalidad de impedir el ejercicio del derecho de huelga (también “fundamental”) por parte de un colectivo de trabajadores, deben invitar, cuanto menos, a replantearse las cosas. Porque, no nos engañemos, lo que se decide aquí es si se niega el ejercicio de un derecho fundamental acudiendo a “antecedentes” y a meros pensamientos o intenciones presuntas. ¿No da la sensación de que nos estamos deslizando por una peligrosa pendiente que nos puede llevar a una situación en la que nuestros derechos y garantías puedan ponerse populistamente en una balanza frente a cualquier razón “de interés general” a la que el político de turno pueda echar mano? Yo no tengo, evidentemente, ninguna simpatía por la gente del entorno de Batasuna, pero no me hace ninguna gracia comprobar cómo, por mirar hacia otro lado (“como a mí no me afecta...”), ciertas normas de convivencia y continencia de los poderes públicos se continúan relajando. Porque, si alguna vez nos toca a nosotros, y ya no podemos mirar hacia otro lado, quizá resulte que es demasiado tarde. E históricamente, la principal amenaza para nuestra libertad y nuestra seguridad no ha venido del vecino, sino del poder público.
En un verdadero Estado de derecho democrático, el sólo hecho de que un grupo de ciudadanos funde un partido político y cumpla formalmente con unos requisitos legales razonables, entiendo que debería ser suficiente. En primer lugar, porque asi lo parece imponer la consideración de los derechos de sufragio pasivo y de asociación como derechos fundamentales; y, en segundo lugar, porque cuando se habla de tales derechos no debería haber sanción o medida preventiva que valiese, salvo que haya indicios absolutamente concluyentes que invaliden hechos como los principios declarados en unos Estatutos o el comunicado de la semana pasada.
Pero, aparte, parece que la sanción de la ilegalización es la única cuyo cumplimiento no da lugar a rehabilitación. Me explico: si un señor roba y mata a otro, y así se prueba en un juicio, ese señor va a la cárcel durante un período de tiempo, transcurrido el cual vuelve a ser considerado tan presunto inocente como cualquier otro frente a un hecho delictivo. Aquí, en cambio, parece que rige la regla contraria. ¿Qué pasa, que no se puede rectificar? ¿Pero no es de sabios? ¿Es que las consecuencias de las acciones y declaraciones pasadas se han de proyectar indefinidamente hacia el futuro? ¿Hasta cuándo, entonces? ¿Hasta que desaparezca ETA? Yo no soy un experto jurista, pero hacer depender los derechos de una persona de los actos de otra no parece muy razonable, ¿no?
Algunos me dirán que soy un ingenuo, que estamos siendo objeto de un engaño; pero yo no creo que los engaños puedan castigarse hasta que no se consuman. Además, yo apoyaría sin reservas una modificación de la ley electoral que permitiera desposeer del acta de concejal a quien incumpliese personalmente con las obligaciones que respecto de la actitud que se debe tener frente al terrorismo establece la ley de partidos. Y la existencia de esta posibilidad hace todavía más rocambolesca y peligrosa la polémica actual, que yo percibo envuelta en un insoportable tufillo gubernativo.
Es muy preocupante que un tema como éste se ventile no desde postulados jurídicos, sino políticos; dicho lo cual he de decir que también discrepo radicalmente del planteamiento político mayoritario. Aquí parece que el uso que pretende hacerse de la ley de partidos no se agota en los legítimos fines de debilitar a ETA y tratar de atraer a la legalidad y a la democracia a la denominada “izquierda aberzale”. El problema aquí es que muchos les resulta mucho mas cómodo que los aberzales estén fuera de las instituciones, porque saben que si estos vuelven a la legalidad, la lucha “pacífica” por la independencia puede recrudecerse, sumándose a ella EA, Aralar e incluso a sectores del PNV. Y porque mucha gente sospecha que un gobierno vasco como el actual es aritméticamente imposible si SORTU entra sin cortapisas en el Parlamento vasco.
Y yo digo que la Historia enseña que conflictos políticos como el vasco no se arreglan mirando hacia otro lado y tratando de enmascarar la realidad, ni dejando simplemente que pase el tiempo. Por mucho que el problema vasco deje de ser violento, va a seguir existiendo. Y me temo que lo peor que puede pasar en Euskadi es que se generalice la percepción de que “el Estado español” manipula el Derecho para tratar de limitar la pluralidad de sensibilidades sociales existentes. Eso seria un flaco favor a la moderación y la prudencia, y podría empujar “al monte” a gente que, en otras circunstancias, dudo que estuviera por la labor.
Una sociedad en la que un porcentaje significativo de la gente ampara el terrorismo es una sociedad enferma. Y el hecho de que los representantes de ese sector apuesten por un cambio de percepción frente a la violencia constituye, sin duda, una oportunidad que quizá no estemos en condiciones de dejar pasar. Si ETA ha durado tantos años es por el apoyo social con el que ha contado. Sin éste, los ¿40?, ¿100? chalaos sanguinarios de la banda no duran ni dos años. Se acaba. Con ellos se ha comprobado que no se puede hablar, que no son de fiar, que es muy difícil que algún día tomen la decisión de dejar las armas sin contrapartidas políticas. Supongo que no es fácil que un individuo tan profundamente patológico como para hacer lo que éstos hacen, renuncie algún día por si mismo al modo de vida que, a sus ojos, le convierte en un héroe aventurero y justiciero. La única oportunidad para que eso ocurra quizá pase por que les dejen de reír las gracias. Y la situación actual creo que brinda la posibilidad de que eso suceda y se consolide.
La calidad de una democracia también se mide por su capacidad para integrar a todos los sectores relevantes de la sociedad; en otro caso, falla en su operación fundamental: garantizar la estabilidad social. Por tanto, no puedo dejar de considerar como una victoria democrática que un grupo de individuos que hasta hace unos meses consideraban a los asesinos como mártires o héroes, ahora los rechacen y condenen sus acciones. Y mucho tendrás que hacer, amigo Simbólico, para convencerme de lo contrario.


Firmado: Escéptico. 




Respuesta:


Observo que, paradójicamente, amigo Escéptico, en tu argumentación no haces uso en ningún momento de las virtudes que se derivan de tu sobrenombre y que tan útiles resultan al tema que nos ocupa. Porque efectivamente tenemos que ser muy escépticos cuando nos enfrentamos con cuestiones como el proyecto político de la izquierda abertzale o su íntima conexión histórica con la violencia terrorista, por no hablar de las veces que han traicionado la confianza depositada en procesos anteriores de aparente fin de conflicto.

Considero de rigor separar, aunque sólo sea a efectos analíticos, las cuestiones estrictamente jurídicas, de las implicaciones de índole más política que se desprenden del movimiento emprendido por la izquierda abertzale. No obstante, y con ello ya adelanto el sentido de las conclusiones de esta réplica, se mire por donde se mire, la respuesta de las instituciones democráticas no debe caer en la precipitación y sí, por el contrario, combinar firmeza y prudencia a partes iguales.

El análisis jurídico ha de partir forzosamente del tenor literal de la Ley de Partidos y, en concreto, de su artículo 12.3, el cual otorga a la Sala correspondiente del Supremo la competencia para declarar la improcedencia de la sucesión de un partido declarado disuelto por Sentencia anterior -léase Batasuna-, siempre y cuando se aprecie similitud sustancial de ambos partidos políticos, de las personas que los componen, o de cualesquiera otras circunstancias relevantes que, como su disposición a apoyar la violencia o el terrorismo, permitan considerar dicha sucesión.

Hay que reconocer que Sortu se ha esforzado por aparentar ser un partido nuevo, diferente y hasta desvinculado de Batasuna: Nuevo logo, iconografía propia y una selección de promotores sin ninguna relación con la ilegalizada Batasuna. Pero en nuestro Ordenamiento, esta apariencia de legalidad que encubre en el fondo la persecución de un resultado prohibido por la propia norma tiene un nombre: fraude de ley. Y en la práctica, aquí vemos un único objetivo: Presentarse a las próximas elecciones municipales, a Juntas Generales y al Gobierno Foral de Navarra.

Ciertamente, como sostienes, nos encontramos ante derechos fundamentales (sufragio pasivo, asociación) dignos de la máxima protección y precisamente por ello es por lo que su limitación sólo puede producirse en los casos tasados por la Ley Orgánica que los desarrolla y por el órgano competente establecido en la misma. Así sucedió con la sentencia del Supremo que ilegalizó a Batasuna y así debe suceder, bajo mi punto de vista, en el caso de Sortu.

Al final, la tarea se reduce a la formulación de un sencillo silogismo: Si ETA y Batasuna son el mismo sujeto real y si Sortu es heredero de Batasuna, el juicio que hay que hacer no sólo es que Sortu debe ser ilegalizado, como lo fue su antecesor, sino también, en consecuencia, que el nuevo partido comparte una misma identidad sustancial con la banda terrorista.

Que ETA y Batasuna eran el mismo sujeto no requiere ulterior justificación. La Sentencia de 2003 fue clara a estos efectos. Ahora de lo que se trata por tanto es de “levantar el velo” de la apariencia de legalidad de Sortu y descubrir bajo éste la continuidad del proyecto político de Batasuna. Porque ésta y no otra conclusión debe extraerse de los indicios existentes, algunos de ellos, por cierto, empleados por Escéptico para justificar lo contrario.

Me estoy refiriendo en particular al contenido de los propios Estatutos de Sortu, que en ningún momento “condenan” explícitamente la violencia de ETA, tal y como afirmas, querido amigo, en la primera línea de tu escrito. Precisamente el empleo del término “rechazo” en lugar de “condena”, lejos de sumergirnos en una inútil discusión bizantina, nos demuestra cuan cerca está el vocabulario de Batasuna del nuevo lenguaje de Sortu. Ambos siguen la directriz que ETA expresó en uno de los documentos incautados por la policía, en el que textualmente se dice que “la izquierda abertzale no condenará nunca las acciones de la Organización”.

Como éste, existen otros indicios relevantes. Por citar sólo algunos de ellos: que dicho “rechazo” expresado por Sortu no se extiende a acciones terroristas pasadas; que los propios Estatutos hablan de la “Izquierda Abertzale”, alusión que debe entenderse realizada a Batasuna; la participación de miembros de la Mesa Nacional del partido ilegalizado en el acto en que se anunció públicamente el surgimiento del nuevo proyecto político; o la presencia de destacados miembros de Batasuna en el acto de presentación de Sortu. Por cierto, que el comunicado del día 10 de marzo al que te refieres, mantiene el término “rechazo”, y si da algún paso más sólo es por mero tacticismo, pues  su único objetivo fue responder a los argumentos de la Fiscalía y la Abogacía del Estado y salir al paso de quienes les acusaban de guardar silencio ante las últimas detenciones de miembros de ETA y de los planes de los terroristas para atentar contra el Lehendakari Patxi López.

Estos y otros indicios, muchos de ellos asentados en informes policiales, son suficientes para, desde una perspectiva de conjunto, llegar a la convicción de que Sortu, a pesar de constituir el intento más sofisticado de apariencia de legalidad desde 2003, supone la sucesión o continuidad de Batasuna y, por tanto, también debe ser declarado ilegal.

Por otro lado, desde un punto de vista político, estoy en condiciones de reconocerte que la izquierda abertzale ha dado un paso, incluso un paso significativo. Pero en ningún caso se trata de un paso suficiente. Después de todo lo que ha pasado en los últimos años, no podemos volvernos de repente  amnésicos y empezar a reconocer interlocutores a quienes ayer amparaban y justificaban la violencia terrorista. ETA no ha declarado el fin de la violencia, sus comandos siguen operativos y sus aparatos de logística se siguen aprovisionando. ETA quiere tutelar el proceso de una eventual negociación y para que ese proyecto se materialice necesita un brazo político legal que esté presente en las instituciones. Si queremos hacerle el juego, tenemos que legalizar a Sortu. Ahora bien, si por el contrario queremos que el proceso de pacificación se juegue con nuestras reglas, que son las del estado de derecho y las de la democracia, tenemos que actuar con cautela y, en todo caso, ser conscientes de que es ETA la que debe autodisolverse y, en tanto ello se produzca, es la izquierda abertzale la que tiene que declarar expresa y claramente su condena a la violencia y su ruptura total y absoluta con la ilegalizada Batasuna y con la banda terrorista.
Firmado: Simbólico.



Réplica:


Querido simbólico, entiendo tu escepticismo frente a lo que llamas “proyecto político aberzale” y, haciendo bueno mi pseudónimo, incluso lo comparto. Lo que pasa es que en el plano legal deben invertirse las tornas, pues el escepticismo institucional se traduce, en buena lógica, en presunta culpabilidad, y eso no está bien; ni siquiera es políticamente correcto. Tu respuesta es un brillante ejemplo del discurso institucional dominante, sobre todo, tras el anuncio hoy de la sentencia del Tribunal Supremo; pero incurre, como digo, en un prejuicio que un sistema legal como el nuestro no debe poder permitirse.
Lamento que abuses de tus conocimientos jurídicos para combatir mis argumentos. Y lo cierto es que, como ha dejado entrever Spinozat en su comentario, tu discurso tiene una impecable lógica interna, aunque autorreferencial, muy propia de lo jurídico: se sustituyen parcelas de la realidad por ciertos símbolos (¿de ahí tu pseudónimo?), para operar homogéneamente con ellos, y entonces los silogismos son tan sencillos como tú dices: “ETA y Batasuna son el mismo sujeto real y si Sortu es heredero de Batasuna, el juicio que hay que hacer es que Sortu debe ser ilegalizado”. El problema es que tanta sencillez, si se lleva a las últimas consecuencias, qué implicaría. ¿Habría que detener y condenar a los miembros de Sortu también por pertenencia a banda armada? ¿Y a los que les apoyan? Quizá también puedan ser considerados “el mismo sujeto real”. ¿Se encarcela, pues, al 15% de la sociedad vasca? Yo creo que las proposiciones lógicas deben construirse sobre bases algo más sólidas; y, si no, dejarse para juegos de lenguaje.
Aún así, y consciente de mi inferioridad de condiciones, acepto el reto. Hablemos sobre esas leyes. Dices (y yo te creo) que la ley de partidos autoriza la no inscripción en el registro correspondiente de partidos que incurran en una “similitud sustancial”, así como de “las personas que los componen, o de cualquiera otras circunstancias relevantes que, como su disposición a apoyar la violencia o el terrorismo, permitan considerar dicha sucesión”. Vaya, parece que aquí nos habíamos saltado algo. Yo creo, que frente a tu opinión, lo relevante no es “el nuevo logo y tal”, sino, precisamente, el rechazo explícito a la violencia de ETA. Y que “esta apariencia de legalidad que encubre en el fondo la persecución de un resultado prohibido” tiene que probarse; y no en base a presunciones, sino de un modo concluyente. Si no, de nuevo, estamos frente a una presunta culpabilidad.
Como recuerda Eduardo Vírgala (http://www.almendron.com/tribuna/33485/legalizacion-ahora-si/), en 2007 el Tribunal Supremo frustró la legalización de Batasuna porque entendió que “no consta gesto alguno que pudiera valorarse como signo de alejamiento o de reconsideración de su pertenencia a aquella o de renuncia a sus fines y estrategias”. Y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declaró que “las restricciones a la actividad de un partido han de interpretarse restrictivamente”. Y resulta que, según tú, querido Simbólico, una de las principales razones que impiden legalizar a SORTU es que han empleado la palabra “rechazo” en lugar de “condena”. Yo, la verdad, me he ido al diccionario RAE y he visto que “condenar” (por ciudadanos, no por jueces o autoridades públicas, obviamente) significa “reprobar una doctrina, unos hechos, una conducta, etc., que se tienen por malos y perniciosos”; mientras que por “rechazar” se puede entender “mostrar oposición o desprecio a una persona, grupo, comunidad, etc.”. Quizá sea que se trata de símbolos o metaconceptos jurídicos cuyo sentido peculiar desconozco, pero me da la sensación que como razón para prohibir un partido e impedir participar en las elecciones es un poco frágil. Y respecto de que sólo se rechazan acciones futuras,  no es algo que haya salido de la boca de los responsables de SORTU, así que no se puede tomar por cierto. Lo que pasó en aquélla rueda de prensa fue que se reiteró el rechazo en general de la violencia, expresamente de ETA, sin precisar el momento en que se produzca o haya producido, y los periodistas de ciertos medios entendieron eso de lo que tú te haces eco tan convencido. Supongo, de nuevo, que es un problema de prejuicios; los cuales probablemente comparto, pero trato de que no me nublen el juicio.
Por lo demás, comentas que “no podemos volvernos de repente  amnésicos y empezar a reconocer interlocutores a quienes ayer amparaban y justificaban la violencia terrorista”. Y yo me pregunto, ¿amnésicos? ¿No será más cercano a la amnesia considerar que nada ha cambiado cuando los que “ayer amparaban y justificaban la violencia terrorista” hoy dicen que rechazan la violencia “cualquiera que sea su origen y naturaleza; rechazo que, abiertamente y sin ambages, incluye a la organización ETA, en cuanto sujeto activo de conductas que vulneran derechos y libertades fundamentales de las personas”? ¿Y si además anuncian que expulsarán a todo afiliado que realice “alguna de las conductas previstas en el artículo 9 de la Ley Orgánica 6/2002, de Partidos Políticos”? Evidentemente, algo bastante significativo ha cambiado. ¿Que si es para siempre? “Para siempre” –como vino a decir Azaña respecto del problema catalán- es una expresión que no existe en la historia, por lo que no merece la pena considerarla. En cualquier caso, reitero mi pleno apoyo a las reformas legales que permitan retirarle el acta de concejal a quien o quienes incumplan personal o colegiadamente con las obligaciones de la Ley de partidos. De este modo, los eventuales espacios francos que las imprescindibles garantías legales pudieran dejar, podrían solventarse tan pronto como quedaran al descubierto. ¿Y no estaría esto más en la lógica de nuestro sistema, sancionar a posteriori y no a priori?
Por último, no puedo dejar de referirme al fallo anunciado hoy en la sentencia sobre SORTU. Sólo conocemos el fallo, pues parece que el texto de la Sentencia saldrá la semana próxima, pero sí sabemos que se ha aprobado por 9 votos contra 7, y que se anuncian, al menos, 3 votos particulares. Habrá que ver la declaración de hechos probados, pero la división de opiniones creo da idea de las dudas existentes. Y ante las dudas, prudencia, como dices tú, Simbólico. Sólo que en procedimientos legales de este tipo, prudencia debería significar no sancionar.

Firmado: Escéptico.


Contrarréplica

No pretendería abusar de conocimientos jurídicos para fundamentar una posición, si no tuviera la certeza de que la parte ante la que argumento posee, al menos, la misma capacidad para debatir en esos mismos términos. Y he de reconocer, amigo Escéptico, que tu réplica no carece de fundamentación, aunque a mi parecer yerra en el planteamiento correcto de la cuestión y por eso deriva en la misma inconsistencia en que incurría tu entrada original.

Con independencia de la resolución del Supremo, sigo creyendo que en este tema no partimos de cero y por eso mismo no es necesario construir todo un edificio probatorio desde sus cimientos para determinar la ilegalización de Sortu. Esa es la razón por la que sigo considerando perfectamente factible el silogismo que empleé en la respuesta y por lo que no creo justificadas las críticas que Spinozat y tú habéis realizado sobre el mismo.

Partimos de la base de un partido (Batasuna) ilegalizado en 2003 y partimos también de resoluciones judiciales posteriores que han establecido una conexión directa entre cada nueva formación política sometida a escrutinio (por ejemplo, ANV en 2008)  y la anterior formación ilegalizada. Por tanto, en todos esos casos anteriores y en este de Sortu, el juicio del Tribunal se concreta en determinar si el nuevo partido que nace en el entorno de la izquierda abertzale tiene vínculos o no con Batasuna.

Y en este caso, Sortu los tiene, tal y como prueban los indicios aportados. La referencia que la Ley de Partidos hace al apoyo a la violencia o al terrorismo es sólo uno más de los indicadores que permiten evaluar si se produce o no dicha sucesión. Aunque en este caso, tal apoyo no se hubiera determinado (a pesar de que sus representantes guardaran silencio cuando se les preguntó expresamente por su rechazo de las acciones violentas de ETA en el pasado), existen otros indicios que apuntan a la existencia de dicha sucesión, tal y como indiqué en mi respuesta. Y sí, uno de esos indicios es la diferencia que existe entre “rechazo” y “condena” de la violencia, porque a pesar de su cercanía semántica, entre ambos términos existe una indudable distancia sociológica, tal y como lo prueban, tanto la experiencia acumulada estos años como el comunicado de ETA incautado en el que ésta prohibía a su entorno político “condenar” sus actuaciones. Acierta, por tanto, Hedonista en su comentario cuando dice que no es suficiente el rechazo del terrorismo para que un partido con vínculos probados con la anterior Batasuna pueda ser legalizado.
Comparto por lo demás contigo la conveniencia de desposeer del acta de concejal al representante político que incumpla la Ley de Partidos, pero como elemento adicional y no sustitutorio de un control ex ante de los propios partidos.

En definitiva, Sortu podrá ser legal cuando ETA se disuelva, en cuyo caso el juicio de legalidad habrá de iniciarse de cero o cuando con sus Estatutos, declaraciones y representantes demuestren una ruptura expresa y total con lo que fue Batasuna. Y ello, querido Escéptico, no supone vulnerar ninguna garantía, sino simplemente cumplir con la Ley de Partidos y con el Estado de Derecho que proclama nuestra Constitución.

Firmado: Simbólico.

martes, 22 de febrero de 2011

Las revueltas en los países árabes

Casi todos los artículos que han aparecido en la prensa sobre las revueltas en los países árabes se pueden dividir en dos grandes grupos: los fascinados y los aguafiestas. Los primeros describen someramente las causas de los levantamientos (lo de siempre: pobreza, autoritarismo, injusticia…) y sus novedades (¡oh, dios Facebook!). Estos artículos suelen terminar con una invitación a contemplar este nuevo y hermoso espectáculo de la liberación de los pueblos. Los aguafiestas son aquellos que siembran dudas sobre el futuro de estos países, nos advierten de los peligros (más de lo mismo: autoritarismo, islamismo, terrorismo..) y destacan las incógnitas del proceso iniciado. Fascinados y aguafiestas comparten una perspectiva contemplativa que me irrita sobremanera.

¿Es que nadie va a decir o va proponer lo que se tiene que hacer?

Las revueltas sorprendieron a todo Occidente, pero ya no caben más lamentaciones o celebraciones, ha llegado el momento de intentar influir en el curso de los acontecimientos. Necesitamos una hoja de ruta.

Para empezar, y ya llegamos tarde, hay que apoyar sin equívocos los levantamientos populares. No sólo porque los rebeldes sean los buenos de la película (cosa que, por otra parte, no sabemos) sino porque son los ganadores. En estos momentos, ya sabemos que la antigua hornada de dictadores árabes tienen los días contados así que cuanto antes los condenemos, mejor. Seamos, pues, prudentes, y apostemos a caballo ganador. (Ojo, y esto afecta a todos los países, incluido también Marruecos).

A continuación, tenemos que procurar que lo ha sido una revuelta se convierta en una revolución; es decir, necesitamos un proyecto político, algo diferente a lo que había antes. Y no basta con señalar que los rebeldes gritan a favor de la democracia pues esta palabra en la boca del pueblo no significa nada. Los países socialistas eran democracias populares, Irán es una democracia islámica, la España de Franco era una democracia orgánica. La fuerza política de Mubarak se llamaba Partido Nacional Democrático. En el caso de la democracia, el apellido es mucho más importante que el nombre; y lo que interesa a Occidente es colocar el adjetivo liberal. La competencia va a ser dura pero tenemos que confiar en nuestro producto estrella, en nuestra marca de la casa: la democracia occidental. Esto es: elecciones cada cuatro años, concurrencia de varios partidos políticos y garantía de los derechos y libertades fundamentales.

Nuestra estrategia ha de ser de focalización, porque el que mucho abarca poco aprieta, y es preferible concentrarse en un país que derrochar esfuerzos en varios. En estos momentos, los focos están puestos en Libia, pero, no nos equivoquemos, el Estado de referencia en el mundo árabe es y será Egipto. Si conseguimos instaurar una democracia liberal en la tierra de los faraones ya tenemos media guerra ganada.

Y si nos concentramos en Egipto, lo primero que necesitamos son unos actores. Porque la turba social que se congrega en la plaza de Tahrir no es un interlocutor válido, y porque sabemos desde Marx que toda revolución exige una élite revolucionaria. Las fuerzas políticas deben robar el protagonismo al pueblo y para ello no queda otra que soltar dinero. Se ha de buscar y se ha financiar a los actores fundamentales de toda democracia liberal: los partidos políticos. Y no inventemos el mundo ahora: un partido de centro izquierda y otro de centro derecha. Busquemos, pues, líderes: que salgan en los medios de comunicación y que sean consultados por el gobierno de transición. La masa social que vuelva a sus casas; y, en todo caso, llevémonos a los jóvenes rebeldes más representativos a nuestros congresos internacionales para que nos expliquen, entre alabanzas, cómo utilizaron las redes sociales en las protestas.

Entre nuestros interlocutores debemos incluir también a los partidos/asociaciones islamistas. Seamos realistas: si no se consigue incorpora el islamismo al juego político de los países árabes no habrá democracia posible. Y esto, en Egipto, supone contar con los Hermanos Musulmanes. Aunque sea duro, no creo que tengamos que ser muy exigentes con ellos, no les digamos: “o renunciáis a un proyecto político guiado por el Islam o no participáis en las elecciones”. Tendrán que aceptar las reglas mínimas del gobierno democrático y la separación entre Iglesia y Estado. Y a cambio habrá que darles algo (algo más que dinero, digo), por ejemplo, el Islam deberá figurar en la Constitución como religión preferente y activo cultural a preservar. Si se forma un gobierno de concentración, no estaría de más contar con algún ministro islamista.

Por otra parte, el ejército ha de ser el principal aliado de Occidente. Primero, porque no se puede empezar a construir nada serio si no se garantiza la continuidad del Estado y de la Administración; y hoy por hoy, en Egipto, el Estado lo encarna el ejército. Y, segundo, porque los militares serán los protagonistas en la lucha contra Al Qaeda (que como muy bien nos han dicho los “aguafiestas” no tardarán en entrar en escena). Así que no nos empeñemos en investigar y juzgar el pasado, porque la mierda podría salpicar a muchos generales, y conviene tenerlos de nuestra parte.

Por último, convendría diseñar una especie de plan Marshall para modernizar el país; y fomentar la ilusión (al menos durante los primeros años, hasta que el nuevo régimen se consolide) de que la democracia liberal irá unida a una fase de crecimiento económico. No olvidemos que los manifestantes salieron a las calles hartos de pobreza e injusticia. Así que cuanto más tarde en llegar la fase del desencanto democrático, mejor. Como los recursos de Europa y de Estados Unidos son escasos en estos momentos, convendría desviar buena parte de los fondos de la ayuda global al desarrollo a Egipto, y otros países del norte del mediterráneo. Al fin y al cabo, son los árabes los que han tenido la valentía de salir a la calle y no otras poblaciones de Estados despóticos que reciben mucho dinero de la cooperación internacional.

Todo esto en cuanto a lo que podría denominarse como el Plan A, pero no olvidemos que también necesitamos preparar un Plan B; porque si la cosa se pone fea, y existe un riesgo de deriva “a la iraní”, no nos quedará más remedio que entrar con todo en el país referente en el mundo árabe, clave en oriente medio y que además controla el canal de Suez… En ese caso, tendríamos que colocar nuestro otro producto, ese del que no nos sentimos tan orgullosos y que sólo aplicamos en situaciones extremas. Esperemos que no haga falta.

Firmado: Hedonista

Respuesta
Partes, Hedonista, de la necesidad de intervenir en Egipto, y yo, de la tesis opuesta, aunque es probable que nuestros puntos de llegada no sean, en el fondo, tan dispares. Según he leído tu post no he podido dejar de pensar en casi un siglo de colonialismo, diversos repartos de África, caprichosos trazados de fronteras, expolio de recursos naturales, apoyo a crueles gobiernos títeres, y revueltas y gobiernos populares abortados por diversos medios. Creo que esta vez Occidente debe pensárselo dos veces antes de interferir en la senda emprendida por Egipto y los demás países árabes  y bereberes cuya población ha tenido el valor de hacer algo que nosotros, conformistas y más o menos acomodados espectadores, quizá no habríamos hecho (nuestro “Mubarak” murió en la cama). Creo que no podemos dejar pasar la oportunidad de, por primera vez, no hacer lo que nos pide el cuerpo y nos sugiere la costumbre. ¿Que por qué? Pues por varias razones, entre las que la justicia y la responsabilidad histórica sólo son algunas de ellas. Fundamentalmente, considero que nuestros intereses estarán mejor salvaguardados si se contribuye a deshacer esa brecha de desconfianza que separa lo que algunos han definido como nuestras “civilizaciones”. Nuestros intereses, como digo, estarán más a salvo desde el respeto a la diferencia que desde la voluntad de asimilación. Sí, hablo de intereses y de respeto. Porque no sé qué interés directo podemos tener en que un país sea más o menos islámico o católico. Eso es algo que debemos respetar, y punto. Más religiosos que Arabia Saudí y que Estados Unidos hay pocos Estados y, sin embargo, eso no significa que deban ser enemigos de Israel, por ejemplo. Turquía está hoy gobernada por un partido islámico que, además, ejerce de tal, revisando muchos de los dogmas laicistas establecidos por Atatürk. Y en España tampoco estamos para dar lecciones, pues hemos visto cómo la Iglesia católica salía a la calle para protestar por la reforma del matrimonio civil (¡Ojo!, no del matrimonio canónico), lo que da idea de que la nuestra Iglesia no se conforma con influir en las instituciones y formas de vida de sus fieles, sino que continúa aspirando a influir en las de los que no lo son (y ello no ha sido objeto de escándalo alguno a nivel internacional, obviamente). No entiendo, por tanto, las cautelas frente a los partidos o asociaciones islámicas como tales, pues dudo de que el elemento religioso implique necesariamente elemento alguno de confrontación con lo que nos conviene. Y en caso de que lo haga, lo que habría quizá que preguntarse es si estamos ante un elemento religioso, o genuinamente político. Sí, ya sé, la aplicación radical de ciertos dogmas ¿religiosos? (conviene recordar, por ejemplo, que el origen del burka es laico) suponen una flagrante violación de los derechos humanos, y ante eso no se puede permanecer de brazos cruzados. Pero la reacción razonable a ello cuál sería, ¿sembrar el país de bombas? Yo creo que es algo más civilizado, por ejemplo, otorgar la condición de refugiado y conceder asilo a todo aquél que pueda ser o sea víctima de tales dogmas, utilizando nuestras embajadas y consulados en tal país como verdadera oficina de atención a las víctimas. El respeto y compromiso con las ideas no tienen porqué llevar necesariamente al conflicto. Se debe hablar hasta con el diablo y, si se puede, llegar a acuerdos con él. Porque fue Kelsen, creo, quien dijo que en democracia la única herramienta política es el acuerdo y la negociación.
A lo anterior quisiera añadir que siempre he sido poco amigo del mimetismo constitucional, pero que lo soy aún menos cuando se trata de países, sociedades y personas que tienen tan poco que ver entre sí. Nuestro “producto estrella” es el resultado de dos siglos y medio de evolución, en la que ha habido fracasos, pasos adelante y atrás, reformas constantes, y un resultado cuya práctica se parece tan poco a su ideal originario. Además, es una triste verdad que la experiencia ajena nos suele ayudar escasamente. Cada sociedad tiene que atravesar sus propias edades y vivir sus propias crisis para llegar a una madurez que le permita cristalizar en formas de convivencia más estables, más respetuosas con las personas y más adaptadas a su realidad. De nuevo fue Kelsen quien dijo, más o menos, que la Democracia es el punto de equilibrio en el movimiento pendular entre un extremo político y otro; y de nuevo, creo que tenía razón. Pienso que si tratamos de evitarles a los árabes lo que nosotros entendemos que son errores propios del inexperto, estaremos construyendo sobre la nada. Sólo la historia vivida permite construir en firme, y ellos tienen esa asignatura pendiente (obviamente, en el plano político).
Para los que piensen que estoy exagerando yo les preguntaría algo: ¿cuántas democracias conocen y qué tal funcionan en países con más de un 30% de analfabetismo (y estoy siendo generoso, pues pongo el caso de Egipto; en el conjunto del mundo árabe la cifra se acerca al 60%), con más de un 20% de la población por debajo del umbral de la pobreza (menos de 2 dólares al día), en los que la separación entre Iglesia y Estado no se ve mayoritariamente como algo deseable y con una tradición tribal que hace del individualismo y el subjetivismo una anomalía de ciertas élites? Pero es que, además ¿y si ciertos países eligen vivir de un modo que a nosotros nos resulta primitivo? ¿Qué problema hay? Ah, claro, se me olvidaba: conflicto palestino israelí, petróleo y gas, ¿Canal de Suez?...
Evidentemente, supongo que algo se puede hacer para evitar que Egipto, caiga en el caos. En el primer paso estamos de acuerdo, Hedonista. Hay que apoyarse en el aparato estatal que queda en pie: el ejército. En los siguientes pasos yo sería algo más prudente. Me refiero a que las intervenciones “desde fuera” corren el riesgo de ignorar riesgo internos, por lo que primero escucharía a las élites del país, con cuidado, no obstante, de pensar que son la única referencia interna. ¿Después? Bueno, supongo que la transición española es, en cuanto "proceso", un buen ejemplo: se dirigió desde fuera, pero la población mayoritariamente lo ignora. Pues algo así. Y, sobre todo, conformarse con que lo que salga sea viable (es decir, que garantice la estabilidad interna), que no moleste demasiado a ningún grupo social significativo y que no se rompan los puentes diplomáticos de entrada con nadie.
No quiero extenderme más, pero parece inevitable referirse a la sombra del Irán de los ayatolás y su “Revolución islámica”. Y yo pregunto, ¿cómo se llegó a ésta Revolución? O, mejor dicho, ¿frente a quién se hizo tal Revolución? Frente a un tirano colocado por la CIA tras la revolución popular de agosto de 1953. De aquéllos barros, éstos lodos.

Firmado: Escéptico.
PD: recomiendo la lectura de una entrevista con Tariq Ali:

Réplica:
No considero que lo que lo más adecuado sea cruzarse de brazos y observar desde la distancia cómo se desarrollan los acontecimientos. Desde luego, no es lo que van hacer otros actores con intereses en juego: Irán, Al Qaeda y las dictaduras árabes que temen que se extiendan las revueltas democráticas. Tu respuesta me ha recordado a otro artículo de Catherine Asthon que señala que es el momento de escuchar y no de hablar. Pues bien, yo creo que precisamente estamos ante una oportunidad histórica para alzar la voz y ayudar a los países árabes a consolidar democracias liberales. Y creo que, en este contexto, los Estados Unidos están desarrollando una labor mucha más digna e inteligente que la Unión Europa. Hay que hablar y apoyar claramente a los levantamientos populares. Y si  los dictadores bombardean a las poblaciones de sus países, se han de ejercer presiones y tomar medidas para intentar evitar la masacre. Y también debemos ser solidarios con los partidos y líderes democráticos de estos países, pues es lo que hicieron con nosotros, y lo que nosotros hicimos con los partidos de Europa del Este. Seamos escépticos, y no cándidos, pues la desconfianza entre “civilizaciones” no aumentará si apoyamos a los partidos democráticos; aumentará si llegan al poder las fuerzas políticas que nos consideran como sus enemigos. No voy a entrar en las disquisiciones que realizas sobre la religión, porque ya en mi primer texto defendía la necesidad de integrar a las asociaciones islamistas en el juego político de los nuevos regímenes y, además, algunos de tus  argumentos caen por su propio peso (comparación entre EEUU y Arabia Saudi, violación de derechos humanos…). Por otra parte, no se trata de aplicar un mimetismo constitucional, sino de intentar que el nuevo gobierno sea, simplemente, constitucional: elecciones, partidos, y también derechos y libertades fundamentales cuya principal función, siguiendo a tu admirado Kelsen, es proteger a la minoría (y entre esas libertades, se encuentra, evidentemente, la libertad religiosa). Me acusas de colonialista pero no dudas en insinuar que Egipto se encuentra en un estado evolutivo inferior. ¿No está suficientemente maduro para la democracia? Esa idea, además de falaz, me resulta peligrosa, y me recuerda a ciertos personajes del pasado. Por muy bonita que te haya quedado la frase “sólo la historia vivida permite construir en firme”, es una ficción plantear la posibilidad de una historia sin intervenciones del mundo exterior que te rodea. ¡Si mismamente la historia de cualquier país europeo es un relato de guerra y de intervenciones desde fuera! Y lo más sorprendente de todo es tu conclusión, pues contradice directamente tu tesis principal de no intervención. Estoy de acuerdo con impulsar un proceso como la transición española, esto es, un proceso que contó con la inestimable ayuda de gobiernos democráticos, que tuvo como modelo la democracia liberal, cuyos protagonistas fueron unos partidos políticos financiados desde el exterior (y no la masa social), que logró obtener el apoyo de la iglesia, que no juzgó el pasado, y que contó con la ayuda económica de la Unión Europea. Si tu mensaje es “de acuerdo, actuemos pero que no se note demasiado”, mi respuesta, estimado Escéptico, no puede ser otra que: “Está bien, seamos discretos pero actuemos con decisión”.

Firmado: Hedonista.


Contrarréplica

Cuando nos embarcamos en esta aventura dialéctica jamás pensé, amigo Hedonista, que llegaría a estar más de acuerdo con Catherine Ashton que contigo, y ya ves...
Sin embargo, me malinterpretas cuando insinúas que defiendo "cruzarse de brazos". A mi lo que me preocupa es que Egipto caiga en el caos, pero no necesariamente que Egipto se convierta en una democracia estrictamente "liberal" (adjetivo que, por cierto, dejó de aplicarse propiamente a las democracias desde que el sufragio es universal). Además, ¿cómo juzgarías tú una constitución como la libanesa o la belga, en la que las voluntades individuales se contrapesan con la necesaria representación colectiva de etnias y grupos sociales? Yo "liberales" no las llamaría, desde luego. Sin embargo, en su día se pensó que sería lo más pragmático, lo que mejor garantizaría la paz social; y aunque el tiempo las haya vencido, yo con lo que me quedo es con la flexibilidad del enfoque y con el fin perseguido (la paz social).
En cualquier caso, entre cruzarse de brazos e "interferir" dista un largo trecho. Yo no he puesto en duda el apoyo político a las revueltas ni la condena de la violencia ciega y a la desesperada de los dictadores. Eso lo doy por supuesto. Yo estaba a otra cosa, a la que tú planteabas: ¿cuál debe ser nuestra "hoja de ruta"? Y, para no extenderme más, seré conciso. Creo que los pasos a dar serían (aparte de los ya expuestos en mi "respuesta"):
  1. Prestar asesoramiento a los poderes interinos, pero sin caer en el dogmatismo o fervor visionario.
  2. Financiar y apoyar discretamente a "actores razonables"; es decir, a los que defiendan valores de respeto a la libertad, pero no a través de su imposición.
  3. Defender la presencia de observadores internacionales (de distintas nacionalidades, claro) durante el proceso de apertura.
Si Al Quaeda, Irán y las dictaduras árabes optaran por la imposición y, lo que es poco probable, tuvieran éxito (logrando el apoyo mayoritario de la población; porque está claro que el ejército egipcio no está por la labor), quizá habría que replantearse algunas cosas, pero en ningún caso apoyaré convertir a Egipto o a sus vecinos en un mero tablero en el que se jueguen partidas estratégicas globales, que únicamente utilicen a los egipcios o ciudadanos correspondientes como peones. Ya no más de eso. Y, en el más catastrofista de todos los escenarios (que es, como decía, muy, muy poco probable), será contra Al Quaeda o Irán frente a quien se haga la próxima Revolución, y no contra nosotros. Porque nuestra relación con el mundo árabe no soportaría ya otra Revolución en contra nuestra; en ese caso se convertiría a un tonto osado como Huntington en un visionario, pero lo peor es que seríamos nosotros mismos los que operaríamos la transformación.


Firmado: Escéptico.